Había una vez, en una aldea modesta donde el tiempo parecía haber olvidado el compás del mundo, una joven llamada Eliana. Huérfana de madre y atrapada en la red de una madrastra cruel y dos hermanas que le robaban hasta el aliento, su existencia era un eco de suspiros y sombras. Sin embargo, en su corazón, un brillo de bondad latía con fuerza, como un faro que aguarda la llegada de la luz.
Eliana soñaba con más que el endeble rincón que la vida le había otorgado. Ella ansiaba el amor, la alegría y, sobre todo, la libertad. Cuando la aldea se llenó de murmullos sobre un baile real, su corazón palpitó con una esperanza que hacía tiempo había guardado. El sueño de asistir a aquella mágica celebración encendió su espíritu; no obstante, la burla de su madrastra y la cruel indiferencia de sus hermanas pronto apagaron aquella chispa.
Mientras sus manos desgastadas realizaban interminables tareas, las lágrimas de Eliana caían silenciosas, formando un torrente de tristeza que amenazaba con ahogar su delicada esencia. Fue en esa oscura noche, cuando la soledad se sentaba a su lado, que apareció un destello de magia. Su hada madrina llegó como un susurro, trayendo consigo la promesa de un cambio.
Con un toque de su varita, transformó harapos en un vestido brillante como el cielo estrellado, y calzado que relucía con el fulgor de la luna. Pero, en medio de esa magia, una advertencia flotaba en el aire: todo encantamiento tiene su tiempo, y la medianoche se acercaba. Eliana, con el corazón palpitante de emoción y temor, se alistó para el baile que podría cambiar su vida para siempre, sin saber que el destino estaba a punto de revelarle su verdadero valor.